El periodista español Juan Arias, que desde hace 12 años vive en Brasil, publicó el siguiente artículo en su blog del periódico EL PAÍS, diario donde colabora también en la sección de Opinión.
Por: Juan Arias | 12 de febrero de 2013
Mientras Brasil, el país con mayor número de católicos del mundo y con más cardenales que los otros países de América Latina (5), sueña con un papa brasileño, la renuncia al papado de Benedicto XVI, llegó aquí con fuerza en medio del bullicio de los carnavales.
¿Qué hicieron por ejemplo los cariocas que organizan uno de los carnavales más de rompe y rasga del mundo en los que mezclan sexo, biblia y política y a los que no desbanca ni la noticia más sensacional?
Algo muy sencillo: la metabolizaron juntándola en los medios de comunicación y en las redes sociales con los desfiles carnavalescos. Y trataron a la vez con respeto y humor la imprevisible decisión papal.
Y así, se iban mezclando las imágenes de las sambistas en traje casi de Adán con las del papa Benedicto XVI, y todos en paz.
Y es que no existe, dicen los cariocas, ninguna noticia del mundo, por grande que sea, capaz de paralizar la fiesta de los carnavales. Cualquier otra noticia puede sólo mezclarse con ellos, salir del brazo de los blocos de la calle, algunos, como los de la playa de Copacabana con casi medio millón de personas.
Mendes Fradique, autor del libro Historia de Brasil por el método confuso, escribió que el carnaval “es la esencia de Brasil”, que puede acontecer lo que sea que él no pierde su gracia.
Tanto se mezclaron las imágenes del carnaval con la noticia de la renuncia del papa Ratzinger, que enseguida aparecieron en la calle humoristas disfrazados de papa, del dimisionario y de otros como Juan Pablo II.
Y corrió el humor, un humor no grotesco sino amigable, porque además Rio estaba ya preparándose para recibir en julio al Papa Ratzinger para el que le traerían más de dos millones de jóvenes con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
Los brasileños suelen decir que todos en los carnavales tienen licencia para “hacer una locura”, y así, según ellos, el Papa quiso sumarse a los carnavales con su “locura de dimitir” cuando los políticos, por ejemplo, son capaces de todo para mantenerse en el poder.
“?Renunciar justo en carnaval. Esa sí que es gorda”, decían los cariocas. Y llevaban el humor a la política: “Quizás Lula esté ya preparando las alianzas para el nombramiento del nuevo papa y presentarlas al cónclave’.
Hasta la psicóloga, Elis Andrade, entró en el juego de humor con el papa: “Benedicto XVI no es bobo. No ha querido esperar a julio para venir a Rio y se ha adelantado a dejar de ser papa para desfilar en los carnavales más interesantes del mundo”, confió al diario O Globo.
Otros humoristas usaron la frase del papa en su último Twitter “todos somos pecadores”, para decir: “Ustedes van a ver como un día u otro, el papa, ya no papa, aparece para sambar en Rio o Salvador de Bahía”.
Según un teólogo brasileño, los carnavales a los que les cayó encima la noticia de la renuncia del papa, la vieron de alguna forma como un rescate de la humanidad del pontífice. Lo sintieron de repente, dice, más cercano a nosotros, con nuestras mismas dudas y miedos, como el de no estar a la altura de su misión. Y es como si le dijeran: "Bueno, vente a divertirte con nosotros, a participar de nuestra alegría y felicidad. No llores".
Algunos católicos tradicionales, con menos sentido de humor, criticaron algunas de estas osadías carnavalescas, mientras que cristianos más abiertos recordaban que Jesús, en los evangelios no sólo usaba a veces un cierto sentido de humor típicamente judío, sino que se servía sobre todo de la sátira y de la ironía para fustigar a los dos poderes: al religioso y al político.
Como cuando decía que los que se visten de sede están en los palacios imperiales, no entre sus seguidores. O cuando mandaba “que los muertos entierren a los muertos”, frase misteriosa de terrible ironía actual.
O aquella vez que a una delegación de griegos que estaban curiosos por verle, Jesús, recordando la importancia que para ellos tenía entonces la belleza corporal, lo exterior, las apariencias, les improvisó la parábola de la semilla que si no se pudre en la tierra y no se mezcla con el estiércol y se ensucia, no nace de nuevo.
Ahora los cariocas esperan para Julio al nuevo papa.
¿Y si fuera un brasileño?
En ese caso el peligro, se dice aquí, es que su visita se convierta en un nuevo y fantástico carnaval extraordinario. Los cariocas son así: acogedores, desacralizadores, calurosos, deshinibidos y enamorados de su ciudad como pocos, a la que apellidan de “ciudad maravillosa”.
Por otra parte, ¿no se dice aquí que “Dios es brasileño?”.
Nada más lógico, pues, que les regale esta vez un papa de los suyos.Si sabe sambar, mejor ? Y qué brasileño, aunque sea cardenal, no sabe improvisar unos pasos de samba? se preguntan los cariocas.
Curiosamente estos últimos años, los carnavales en Brasil después de haber estado escondidos después de la dictadura militar en los sambódromos, cerrados para los turistas de lujo, han vuelto a la calle, con una fuerza popular que está siendo estudiada por sociólogos y analistas políticos.
El escritor, Arnaldo Jabor, en su última columna de O Globo ha desentrañado mejor que ningún otro esta novedad de los carnavales de la calle, a los que ha calificado como "un delirante comicio de felicidad".
Según el escritor y cineasta, esas mareas de gente en la calle durante una semana de carnaval,con hasta medio millón de personas, no son ajenas a "la estabilidad económica del país a partir del 94", cuando poco a poco, los brasileños "reconquistaron su autoestima", especialmente en Rio con un "mayor control de la criminalidad".
En estos carnavales, dice Jabor "se advierte el renacimiento de un deseo colectivo, hasta de contacto físico entre las personas, una explosión de libertad y un deseo irresitible de existir en comunidad".
Analizando la peculariedad que se adivina en los carnavales, el escritor afirma: "Somos un pueblo curioso, desnudo, saltando como locos para espanto del mundo civilizado".
Y, sin pudor, señala: "Pues bien, considero el carnaval nuestra marca y nuestra grandeza", y se pregunta: ?cómo puede el mundo considerar a nuestro carnaval una locura, este mundo irracional de hombres-bomba y drones? Es mejor entender a Brasil a través del carnaval que el verlo como un desvio de la razón".
Para Jabor, en la razón del carnaval brasileño "existe algo más allá de la inmoralidad; existe una santidad en esta explosión de la carne que no se explica. No es la perversión como pecado sino como mímica de una libertad, como la búsqueda de una civilización "no civilizada", un retorno a la animalidad perdida y al mismo tiempo, pulsante".
"Nuestro carnaval revela que el inconsciente brasileño está a flor de carne" , escribe Jabor y se pregunta: ? se imaginan un carnaval así en Suiza?
Y concluye: "Quizás nuestro carnaval sea una enfermedad salvadora, una epidemia del despelote, de la que está necesitando un mundo que prefiere muchas veces más bien la guerra, la velocidad y el mercado cruel".
En un carnaval, así, con raices tan profundas en las entrañas del rescate del dolor cotidiano a través de esa explosión de libertad y felicidad, que al final es casi religioso, no le importaría al papa dimisionario, verse presente, aunque sólo sea bajo la máscara del humor.
"El papa también es carioca", dijo un día aquí en Rio a miles de jóvenes, el papa Wojtyla, y ellos enloquecieron de entusiasmo.